Un día especial con Alinka
Nedda G. de Anhalt
El año fue 1986. El mes debía ser junio. ¿Por qué ese mes específicamente si la Copa Mundial de Fútbol No. 13, que se llevaba a cabo en México, duró del 31 de mayo hasta el 29 de junio…? El 21 de junio se conmemoraba un aniversario de bodas más de esa pareja mítica conformada por Olga y Rufino Tamayo.
Ahora bien, si ese día de junio cayó en sábado o en domingo, ya no lo recuerdo, pero me inclino a pensar que fue domingo. El 21 de junio de 1986, un grupo numeroso de familiares y amigos de los Tamayo nos reunimos en casa de una de sus sobrinas, María Eugenia Bermúdez, y su esposo Luis Ferrer para celebrar al rey y reina del arte mexicano. “¡Vivan los Tamayo!” Estábamos tan felices…
Era mediodía de un sol derrochador. Las mesitas colocadas en la terraza y jardín daban un aire festivo al hogar de los Ferrer -que nada férreos- mantenían abierto el ventanal del comedor, donde un buffet exhibía platillos y manjares de la cocina oaxaqueña. El gran postre, para muchos, sería el enfrentamiento de fútbol entre los equipos de México y Alemania.
La memoria que, a veces caprichosa, selectiva o arbitraria suele sernos infiel, para suerte mía trae a colación algunos nombres de la familia. En primer lugar, las sobrinas y sobrinos en flor: Marcela y Adriana, de nueve y once años; José Vicente y José Antonio, de cinco y siete años. Rosa (“sin espinas”) Vicente y Priscila Bermúdez, María Elena Bermúdez y su esposo Rodrigo Peña, Pepe Reyes con su esposa Martha, doña Lola Ferrer -madre del anfitrión- y Deborah -madre de la anfitriona- en silla de ruedas, acompañada por su esposo Vicente. Entre los amigos, -y perdón por ponerme delante-, yo y mi esposo así como los galeristas de Rufino: Alberto y Alegra Misrachi y, por supuesto, Alinka. No estoy segura si su esposo estuvo ausente a causa de algún viaje de trabajo. Esta lista reducida, ha querido ser modesta aunque pudiera resultar molesta.
Un grupo subió al cuarto de la televisión para ver el juego. Aclaro de inmediato que, desde niña, he sido fanática de “la pelota” (como los cubanos solíamos llamar al juego de baseball o beisbol). Mi afición sufrió un cambio radical, en 1970, durante un memorable juego de la semifinal de esa copa celebrada también en México, en el mes de junio, pero el día 17. Dicho vuelco lo tuvo precisamente ese penúltimo juego, verdaderamente cardíaco, que sostuvieron Alemania e Italia. Me provocó un derrame de adrenalina tal, que acabó por arrastrar a mi esposo y a mí hacia el Estadio Azteca para ver la final entre Brasil e Italia. Y ahí estábamos entre los 86,851 espectadores que le echábamos porras a Pelé y a Tostao.
Acepté, en aquel 1970, como una indicación de mi nuevo destino, que una oreja me jalaría hacia “la pelota” (en singular) y la otra hacia el fut (no foot en plural). Ni modo, México me había convertido en una fanática bipolar. Sirva este circunloquio a modo de nota explicativa para lo que sigue.
En aquel cuarto de la televisión, donde la gritería mostraba un desenfreno, nos llegó, como eco perdido, la noticia de que Pepa (o tal vez fue Pili) mientras retozaba sus cuatro patas en el jardín, había ingerido, probablemente, alguna de las albóndigas de veneno destinada para las ratas, ya que el animalito sufría una serie de contorsiones sospechosas. La alegría se había trocado en tragedia histérica. Olga estaba desesperada.
Admito que los fanáticos del fútbol, entregados a la contemplación de su juego predilecto, se asemejan a aquéllos jugadores de ajedrez del poema de Ricardo Reis, (un heterónimo de Fernando Pessoa) por aquello de que: “cuando el rey de marfil está en peligro,/ ¿qué importa la carne y el hueso/ de las hermanas y de las madres y de los niños?”
Convencidos estábamos que nuestra misión era quedarnos ahí, ayudando a la selección no precisamente para hacer la ola sino para dejar que las buenas vibras, imprescindibles para el triunfo, le otorgasen fuerza -valga el pleonasmo- a nuestra fuerza espiritual de apoyo.
No hace mucho, pregunté a María Eugenia sobre el incidente de la perrita en aquella fiesta. Su respuesta fue una negación perfectamente consciente de lo higiénico que a veces resulta el olvido. “Sabes, Nedda, para mi todo eso fue tan angustioso, que lo he bloqueado.” ¿Por qué, ahora, he querido desbloquearlo?
¡Es que aquí hace su entrada triunfal Alinka!
En palabra de Guillermo Cabrera Infante fue como una “diosa grandiosa”. De volada, se llevó en su auto a Olga y a la perrita en cuestión al consultorio de un veterinario. Pero, si supuestamente era domingo, ¿cómo se dio esa revisión médica? Entonces era sábado. ¿Acaso, se abrieron las puertas al enterarse este albéitar de tan insigne enfermita?
Quién sabe si al animalito le fue dado algún antídoto para contrarrestar el veneno que supuestamente había ingerido, o si le aplicaron algún lavado estomacal -como a las suicidas- aunque esto no haya sido un acto premeditado, sino fue una carambola del destino. De todos modos, superado ya por el profesional el caso clínico, alrededor de una hora y media más tarde -o así me pareció- Olga, Alinka y la perrita estaban de regreso.
Para aquel entonces, aunque Pepa y Pili, reunidas, movían felices sus colas, Rufino se mostraba sonriente, y Olga, que debió estar dichosa porque su perrita se había salvado, no lo estaba. Es más, no le hizo la menor gracia el giro que había tomado la fiesta. El juego entre México y Alemania se había empatado.
¡Nos íbamos a los penalties! Y ahora sí, todos querían ver el destino final de un juego que estaba haciendo historia. Lo malo fue que, en aquel cuarto de la tele, ya no cabía ni un alfiler. Se discutía el bajar la televisión a la sala para que así todos pudiéramos ver el desenlace.
Poco importa si fue de un modo o de otro, porque todos los anhelos, todos los sueños, todas las ansias y las furias en contenido confuso fueron a estrellarse al vacío. Y lo peor, toda esa suposición deportiva adoptada por la ideología del poder de las masas, al afirmar que el intenso deseo de muchos logra cambiar el curso de los acontecimientos, se fue a pique. Tuvo éxito en 1970 cuando en esa semifinal la mayoría estuvo a favor de Italia y ese equipo ganó. Del mismo modo, aconteció con el juego del campeonato; la mayoría estuvo a favor de Brasil… que logró el triunfo. Pero en 1986, esa teoría y todos los cálculos se chamuscaron. Arbitrariedad de la vida; las patadas alemanas pudieron más que las mexicanas.
Para finalizar y, aunque parezca una digresión de mi parte, menciono que la disciplina del sabio, tal como se expone en el Talmud, exalta ante todo el comportamiento ético, considerado como una muestra de aristocracia de la virtud. Mas ésta, no sólo vista como una cuestión de etiqueta o elegancia, sino considerada como un acto que conlleve implícito la piedad.
¿Es un noblesse oblige del ser humano ayudar a otro? Sí. O mejor dicho, en vocabulario hebreo, es una mitzvá (precepto o deber religioso) ya que para que esta se lleve a cabo presupone una armonía de la mente. Y, obviamente, aquellos gritones frente a la televisión -yo incluida- sufríamos un estado de exaltación o enajenación… Felizmente, Alinka, no.
Lo que deseo acentuar de su conducta, en ese sábado 21 de junio de 1986, es que ella encarnó el principio básico del judaísmo en su manifestación para realizar buenas obras. Porque, como sabemos, más importante que andar proclamando credos religiosos, será siempre el desempeño de actos bondadosos.
Por eso, cuando conocí a Gina (la hija de Alinka y Abraham) de la manera más bizarra (esto podría ser otro cuento para ser contado) y ella me invitó a escribir, si no todo sobre su madre, al menos algún recuerdo sobre ella, no pude pensar en otro mejor que este para honrarla.
Ciudad de México a 8 de marzo de 2010