Álinka
Tamara Trottner
Las pupilas hablan y lo que dicen es siempre cariñoso, inteligente, amoroso. La piel blanquísima que se mueve al compás del tiempo, del día a día.
Mis eventos eran suyos, mis alegrías lo eran de ella y muchas veces lloró mis tristezas. Estaba siempre ahí, siempre acompañando y haciendo mejor cualquier día, porque su presencia iluminaba los momentos.
Alinka fue amiga y consejera, fue sonrisa fácil, fue mano apretada como apoyo y consuelo. Estaba cuando mis hijos cumplían años, estaba cuando nos reuníamos a comer. Sus palabras siempre tenían un dejo de sabiduría y un barniz de profundo amor.
Al pasar las hojas de mi álbum de fotos la veo, vestida con un traje azul, perfectamente arreglada, hermosa, rodeada de esa luz que en todo momento compartía con quienes tuvimos la suerte de tenerla cerca. Esa luz que ahora nos hace tanta falta, porque, quizás, la dimos por hecho. Ella siempre estaba, siempre acompañaba, siempre apoyaba. Y lo hacía como si fuera natural, como si el entregarse a los demás en cuerpo y alma, como si ser columna que sostiene, llama que ilumina, vasija que contiene, voz que enseña, como si todo eso fuera parte de la vida misma y no un ejemplo a seguir y un privilegio.
La extraño porque es parte de mi historia y sé que las siguientes páginas estarán más vacías, mas tristes por su ausencia. La extraño porque sé que aun me faltaba aprender mucho de esa sabiduría que reglaba a manos llenas. La extraño porque hubiese querido que este aquí siempre, junto con los seres grandes e iluminados que hacen de éste un mundo mas entendible, un lugar más cariñoso, un espacio mejor.
La extraño y la seguiré extrañando. Seguiré buscando sus ojos azules para que me digan cosas, seguiré buscando su mano blanca para que me guíe, seguiré recordando sus palabras, presintiendo que en algún lugar, no muy lejano, ella también me extraña.