Memoria en el hospital

Ruth Dávila

Año 2002, no iba ni a la mitad de los estudios de maestría en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM cuando recibí la mala noticia de que mi abuela materna estaba muy enferma. En menos de una semana, y ante lo grave de su estado de salud, mis tíos decidieron que lo mejor era llevarla de Morelia a la Ciudad de México, al Hospital ABC.

Mientras la ambulancia trasladaba a mi abuela, el resto viajamos en un autobús. Esa noche decidí que quería estar en el hospital, cerca de ella, cerca de una de las personas más importantes en mi vida. Ya entrada la noche, no puedo recordar bien la hora, en la sala de espera de terapia intensiva había poca gente y mucho silencio. Mientras el tío que me acompañaba se quedó dormido, yo me quedé con mi tristeza deseando que mi abuela se recuperara.

Empecé a recordar todo lo que había vivido con ella, de cara a mis recuerdos empecé a llorar. No quise que nadie me viera o escuchara, así que pegué mi cara a la ventana y traté de tranquilizarme. No logré mi cometido, pues en ese momento una señora se acercó a mi preguntándome si me encontraba bien. Separé mi rostro de la ventana y le dije que sí, pero que estaba muy triste y preocupada por la salud de mi abuela, en ese momento desconocía por completo quién era la amable señora.

Le empecé a decir que mi abuelita era lo más importante para mí, porque ella me había criado. Así, empezamos a charlar y en la plática, no recuerdo por qué, salió a relucir el nombre de Gina Zabludovsky, a quien yo conocía por referencias y de vista por ser estudiante del posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas. Ahí fue donde me di cuenta quién era la amable señora con la que estaba platicando y, aunque no lo pregunté, supe también quién era su esposo.

Total que pasaron los días y cada vez que nos encontrábamos en los pasillos del hospital nos saludábamos y ella siempre me preguntaba por mi abuelita y yo por su esposo. La imagen que tengo, de quien hasta ahora sé que se llamaba Alinka, es de una mujer amable, refinada, elegante, una dama en toda la extensión de la palabra.

Pero la historia no termina aquí. Años después, en la red social facebook me hice contacto de un joven llamado Alan Grabinsky y más tarde de Gina Zabludovsky. Hace un par de días Alan compartió una foto de una cuna que el arquitecto Abraham Zabludovsky hizo para su hija Gina y ahí fue donde me di cuenta que Alan era hijo de Gina y por tanto nieto de la señora que sin conocerme, sin saber quién era yo, se acercó a darme un poco de consuelo.

También, es hasta ahora que me entero que la dama que amablemente platicó conmigo en esa sala de espera y que siempre afable y educada me preguntaba por la salud de mi abuelita ya falleció y que se llamaba Alinka, un nombre hermoso por cierto.

Al contar esta anécdota a Alan me sugirió compartirla y lo hago porque siempre he recordado a Alinka, pues me impresionó su tono de voz suave, su elegancia, su candidez. Es de esas personas que te impactan y que quisieras emular, pues se vuelven un ejemplo, aún cuando las has conocido poco o casi nada.

Con respeto y gratitud:

Ruth Dávila

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