Alinka

 Luis Geller

El 5 de noviembre de 2008, hubo tres noticias importantes. El planeta despertó con la certeza de que la Era Bush había terminado y la Casa Blanca iba a ser ocupada por el primer presidente negro de su historia. México se informaba de la muerte accidental —hasta en tanto se pruebe lo contrario, es decir, nunca— del joven Secretario de Gobernación. Y la Comunidad judía de nuestro país, por las esquelas publicadas en los diarios, se enteraba del sensible fallecimiento en un hospital de Houston, de Alinka Zabludovsky. Mi amiga Alinka…

 

Recuerdo una de las veces que fui a su casa y, como de costumbre, me invitó a quedarme a comer. Cuando le dije que sí —imposible decirle que no— abrió la puerta de su jardín y después de unos segundos regresó con las manos llenas de pétalos de rosa, de un color rojo subido, que esparció delicadamente en el centro de la mesa, alrededor de un tazón de metal lleno de agua en el que colocó una de las rosas para que flotara en la superficie. La comida resultó un verdadero banquete, no tanto por los platillos que, si no mal recuerdo, fueron arroz y frijoles, como por la presentación que, en sus manos, nos hacía sentir que estábamos en Hugo’s de Hong Kong o en el mejor restaurante de Londres.

En 1998, a raíz de un libro que escribí acerca de Alberto Misrachi, El Galerista, dejé que las palabras de Alinka expresaran sin más su vivencia respecto a aquel hombre famoso. Lo primero que me preguntó fue: ¿A mí? ¿Por qué me quieres entrevistar a mí…? Le dije que porque ella había tenido una galería de arte y que con sus palabras podría contribuir a la historia del arte en México. Entre las cosas que dijo, fue que, “cuando presentamos a ciertos artistas jóvenes, Alberto vino como experto en arte y nos dio su opinión que era siempre muy valiosa y respetada. Entraba, como siempre, galante, amable elegante, y salía siempre, con una palabra estimulante para la galería”. Si alguien era capaz de describir lo mejor de una persona, ésa era Alinka.

Cuando el libro salió publicado, me llamó una mañana para “comentar” —la palabra “reclamar” no estaba en su diccionario— que  en el texto yo había mencionado únicamente a su hijo Moisés, y que como yo bien sabía, tenía otros dos, Jaime y Gina. Nunca tuve la oportunidad de enmendar tal omisión, pero lo hago ahora, por si Alinka vuelve a llamar.

En 2003, Alinka Kuper de Zabludovsky perdió a su marido, Abraham, con quien mantuve una amistad entrañable por varios años, colaborando con él en diversos textos que publicaba o decía, como discurso, en sus muchas intervenciones en los foros de arquitectura más importantes del país y del extranjero. Nunca me ha gustado el “de” que solemos colocar después del nombre de una señora y antes del apellido de su esposo. Pero en este caso, el “de” de Zabludovsky, “de” Abraham, nunca estuvo tan en su sitio. Alinka, con algunas pocas “escapadas” para colaborar por su cuenta en algún proyecto literario o comunitario, era “de” Abraham. Era su esposa, asistente, consejera, financiera… y, en los últimos años de vida del arquitecto, su apoyo, sostén y temible guardián por las constantes travesuras que el arquitecto solía hacer, tal vez frustrado por tener que depender de una silla de ruedas para moverse. 

Cuando Abraham murió, Alinka convirtió su casa en museo para exhibir las obras de su esposo, mostró las maquetas de varias docenas de proyectos a los estudiantes que visitaban el estudio, creo una Fundación y un Premio de arquitectura y donó sus planos y proyectos al archivo de la Universidad.

Muchos intelectuales, políticos, hombres de negocios y sobre todo, arquitectos de fama internacional tendrán seguramente historias más interesantes que contar acerca de Alinka y Abraham, y claro, acerca de Alinka y sus tres hijos. De Jaime, el embajador de México en…  algún país de la Unión Europea, arquitecto de los Tratados de Libre Comercio con Norteamérica y creo que con Israel, uno de los hombres más cordiales, amables y preparados en comercio internacional que yo haya conocido jamás. Gina, la intelectual, siempre ocupada con asuntos de alto nivel en la Universidad o en el Colegio de México, siempre con una cordial sonrisa y una palabra cariñosa… y Moisés, artista plástico de gran relevancia, permanentemente ocupado compitiendo con el mundo, siempre inconforme, siempre en búsqueda de lo nuevo, lo esencial, lo trascendente y vaya usted a saber qué mas…

¿Qué va a pasar con el museo? Desde luego, la decisión no es mía, pero creo que Alinka lo dejó muy claro en aquella entrevista que le hice con el asunto de El Galerista. Cuando le pregunté que qué había pasado con la galería MerKup, y por qué la había cerrado, esto es lo que contestó:

“Cuando mamá murió, yo la cerré. Pensé que había culminado una etapa y que los tiempos de galería —los tiempos del arte— ya eran diferentes; la galería cumplía entonces 30 años y pensé que se había cerrado un ciclo; además no estaba dispuesta a darle el tiempo que una galería necesita, porque si en una galería el dueño no está todo el tiempo al pie del timón, no funciona; se va a pique.”

Hablando de las tres noticias de aquel 5 de noviembre, la del presidente Obama me emocionó; la del Secretario de Gobernación me alarmó, y la de Alinka, mi amiga Alinka, me devastó. Es curioso, pero antes cuando iba al cementerio, tomaba una o dos piedras para dejar en la lápida que visitaba, como recuerdo, pero cada vez son más lápidas y más piedras. Ahora, cuando vaya a visitar a Alinka, tal vez lleve un montón de pétalos de color rojo subido, o una piedra muy, muy especial.

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