Una amistad que perdurará para siempre
Lilly Kassner
Anais Nin dijo que los amigos representan un mundo en cada uno de nosotros; un mundo que no ha nacido antes de su llegada, y que al conocerlos, nace cual mundo nuevo.
Alinka para mí fue eso: todo un mundo, rico en posibilidades y abundante en sus diversas facetas, a nivel emotivo, intelectual, espiritual. A lo largo de nuestra amistad, vi cómo se iba desarrollando ese mundo cálido, sabio, de balances finos; cómo iba creciendo su innegable capacidad de entrega, hacia sus propias convicciones y prioridades, así como hacia cada uno de nosotros, los que la conocimos. Ese ir y venir por las estrechas calles de la amistad, durante toda una vida, nos enriqueció y ha dejado huella indeleble hasta la fecha.
Todo se remonta a la infancia. Yo así conocí a mi adorada amiga. Los Kuper y mi familia éramos no sólo parientes, sino muy buenos amigos. La mamá de Alinka, Merl, era la dueña de la galería Mer-Kup, donde tuve la oportunidad de conocer a incontables artistas mexicanos y extranjeros de gran renombre. Recuerdo ahora como Merl me apodaba “Negrita”, y yo a ella “Tía Blanquita”. En su galería, tanto Alinka como yo convivimos con Mathias Goeritz, Pedro Friedeberg, Cuevas, Coen, entre otros. Este gusto por el arte nos acompañó durante toda la vida, expandiendo así nuestros jóvenes horizontes.
También coincidíamos en nuestros viajes a Nueva York, donde íbamos juntos a museos, galerías, teatros y a cenar. Estos momentos los recuerdo vívidamente, y no puedo evitar sonreír acordándome de los comentarios llenos de humor y sabiduría de Abraham. Esta cualidad suya, la de una inteligencia aguda aunada a su gran sentido del humor, hacía de él una compañía estimulante. Alinka hacía mancuerna perfecta con Abraham, complementándose en una pareja inolvidable. Muchos de estos viajes también los realizamos con el Dr. Jaime Constantiner. Gozamos juntos, y a lo largo de esta amistad, compartimos ricas y recíprocas vivencias.
Entre las experiencias que tuvimos Alinka y yo en el mundo del arte, sobresale una en mi memoria: cuando Mathias Goeritz enfermó, mi amiga y yo lo procuramos y asistimos en diferentes tareas. Recayó sobre mí la labor de realizar un libro sobre la vida y obra de Mathias, donde Alinka y Abraham fueron pieza angular de la investigación. Más aún, ella siempre estuvo al tanto del proceso de este libro y con la sabiduría que la distinguió, aconsejó generosamente a lo largo del proyecto.
Cuando Alinka nos invitaba a su casa, siempre había una atmósfera familiar, llena de cordialidad y alegría. Se percibía la importancia que ella le daba a su tan querida familia y entorno. Ella era a la vez, guía ecuánime y mesurada, así como la fuerza inspiradora detrás de su esposo e hijos. Siempre participó de los proyectos de Abraham con entusiasmo e inteligencia. Su figura carismática y generosa nos ilustraba, apoyaba, hacía reír y pensar, nos acompañaba fielmente cual excelente amiga en buenas y difíciles circunstancias.
Siempre con una sonrisa y sabias palabras, mi bella amiga también se supo acercar a mis hijos, y formar parte de sus vidas, algo que recuerdo con mucho amor y agradecimiento.
Han transcurrido ya varios meses desde que nuestra querida Alinka no está con nosotros. Me hace mucha falta. Siempre la consideré y sigo considerando como una hermana mayor, dispuesta al apoyo incondicional y al consejo. La extraño y la extrañaré siempre, guardando en mi corazón su cariño y un ejemplo digno de gran mujer, esposa y madre, que fue mi querida amiga.
Es verdad que los excelentes amigos son muy difíciles de encontrar y más aún, imposibles de olvidar. Alinka adorada, siempre vivirás en mi corazón y en mi memoria.